Eran dos asesinos naturales, pero no lo sabían hasta que se
enamoraron. No habían cruzado una sola palabra cuando ya habían eliminado
cualquier posible competencia. Destruidos los mundos a su alrededor, se
encontraron como los únicos oponentes en pie. La lucha fue lenta, sagaz,
punzante como cuerdas bajo la piel. Cortinas sangrientas, violines chillones,
gargantas abiertas y lágrimas porque tanta belleza hubiera en este mundo. Hubo
deseo bajo el odio, rabia sobre el amor. Al final, fue inevitable el enfrentamiento,
bastante cerca de la cama. Mordidas, tirones, un dolor tan placentero que
pareció romper al universo entero y destruirlo en húmedas exhalaciones. No se
recuperaron al mismo tiempo. Antes el más alto sacó la navaja de debajo del
colchón. Susurró “te amo”, antes de hacer uso de su arte.
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