Fue el mejor espectáculo de sombras que vieron alguna vez.
Nadie se explicaba cómo un par de manos podían formar monstruos tan
intrincados, hacerlos creer que sus alas membranosas agitaban el aire hasta el
techo. ¡Y sólo un hombre detrás del espectáculo! Sólo él, sus manos, su ingenio
y el toldo para cubrirlo.
Las luces cambiaban. ¡Mira qué espectáculo con ese tono rojo
y las figuras de los aldeanos perdiéndose en las nubes negras! ¡Qué realistas
los movimientos de las colas sobre las montañas altas! Los niños rieron cuando
se comieron a todos los corderos. Los padres aplaudieron cuando el dragón se
rió tras destruir las casas de un soplido. Al encenderse las luces, el maestro
salió tras el toldo y les agradeció, reverente. Esataba demasiado oscuro para
que ellos vieran el sudor que cubría su frente, lo abiertos que estaban sus
ojos desde que las nuevas sombras aparecieran.
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